Por fin llegó la nueva edición de almerijazz y nos recuerda que los almerienses llevamos treinta y tres ocasiones reuniéndonos al calor de esa fogata musical llamada jazz. Los números engañan un poco, porque en realidad fue en 1984 cuando se organizó la primera edición en aquel improvisado escenario de la carpa de las Almadrabillas, amenazado por una gota fría que, afortunadamente, quedó en un susto. Más de cuatro décadas, por tanto, nos separan aquellas jornadas en las que se sentaron las bases de una afición en nuestra provincia mostrando lo mejor del jazz internacional. Los tiempos están cambiado (Dylan dixit) y aunque el jazz no está de moda (¿lo ha estado alguna vez?) dentro de nuestras fronteras esta música ha evolucionado enormemente. Donde en los ochenta solo encontrábamos a unos pocos héroes aislados (Montoliu, Iturralde, Pardo y alguno más), ahora tenemos una legión de músicos españoles de todas las edades y procedencias, sobradamente preparados y a la misma altura que cualquier estrella internacional.
Es el caso de este excelente clarinetista ibicenco, Arturo Pueyo, el encargado de abrir el telón en el coqueto teatro de Obispo Orberá. El Teatro Apolo, a mi entender, es –obviando la sala Clasijazz- el mejor sitio donde escuchar jazz en nuestra ciudad, al menos cuando se le quiere dar la seriedad que implica un festival y no se va buscando el calor y la cercanía que siempre aportan los garitos.
Para Arturo y sus compañeros, quizá acostumbrados a esa proximidad del club, pudo resultar algo frio, pero la naturalidad y simpatía del líder (también del resto de la banda) obtuvo como resultado la ruptura de esa maldita cuarta pared en determinados momentos del concierto. Arturo pertenece a esa generación, la que ahora pasea por la treintena, que ha disfrutado de esa educación mixta tan necesaria para el jazz: lo académico y “la vida real”, musicalmente hablando. Que está muy bien leer partituras a la primera y tener una depurada técnica, pero si no te enfrentas a improvisar en un blues y sales airoso ¿de qué te sirve lo otro? Es evidente que el resto de su banda ha recorrido el mismo camino. El más veterano, Toño Miguel, es un contrabajista maño de sólida formación y de una solvencia contrastada en el circuito nacional. Recuerdo su participación en “Bautizao con manzanilla”, de nuestro paisano Paco Rivas, pero no quiero aburrir con una larga lista de colaboraciones entre las que destacan Paquito D´ Rivera, Benny Golson o Jerry González. Al gallego Seir Caneda, responsable de las teclas, no lo conocía, salvo por la previa escucha del disco que venían a presentar, “Derroteros” y me pareció brillante, tanto en su elegante forma de acompañar como por los imaginativos solos que tuvo la ocasión de realizar. Empuñando las baquetas, el burgalés Miguel Benito “Pete”, que también dejó constancia de su solidez rítmica, sobre todo en las composiciones que se alejaron de los clásicos ritmos ternarios o los 4/4.
Para mi gusto el set list fue impecable, con un 100% composiciones originales, casi todas extraídas su trabajo como líder, el delicioso “Derroteros” (2022), y comenzó precisamente con la que abre el disco, “Hala idò!” (una expresión típica de Ibiza) donde la exposición melódica, rica e imaginativa, dio lugar a unas trepidantes y divertid
as ruedas de improvisación con intercambios entre el piano y el clarinete y en las que lo modal y ‘coltraniano’ acabó invadiéndolo todo.
La calma llegó con “Encandilao”, una balada con aires de bolero titulada precisamente así por la sensación que causó la intervención en ella –lamentablemente, solo en el disco– del gran saxofonista cubano Ariel Bringuez. En el escenario brillaron tanto el sensible solo de contrabajo de Miguel como la expresividad de Caneda a las teclas. Y ya sabemos lo difícil que es mantener el tipo y templar cuando improvisas en una balada. Tras una corta pero amena intervención de Arturo, presentando al personal, aprovechó para contar el origen de uno de los temas más originales de la noche (y aún no grabado en disco) y con el curioso título de “¿Le puedes echar queso de cabra?”, una composición presidida por un hipnótico ostinato a ritmo ternario sobre el que desarrollaron sus improvisaciones. Como el propio Arturo comentó «…es difícil transmitir con la música un sabor, pero yo lo intento». El swinguero “Moral” no tenía ningún trasfondo ético o filosófico. Simplemente era el apellido de una buena amiga a la que Arturo, como Silvio Rodríguez, le dio una canción.
En “Incertesa” surgió la comunión con un público algo frio hasta ese momento. Con la complicidad del respetable, se aprovechó para entonar una sencilla melodía en la que se jugaba rítmicamente con el apodo del batería, “Pete”, que protagonizó uno de sus momentos estelares de la noche durante una composición que se desarrollaba en un complejo compás de 7/4.
Acercándose al final, Arturo se colgó el clarinete bajo, un instrumento bastante complejo de tocar, para deleitarnos con un delicioso tiempo medio llamado “Pedal al sol” y un tema final, “Un año”, que se acercó por momentos al free más visceral. Con ironía y sentido del humor, Arturo me reconocía tras el concierto que el clarinete bajo «es un estupendo instrumento para tocar mal», en referencia a todos aquellos que piensan precisamente eso del free jazz.
Ante la insistencia del público, que a esas alturas había caído ya rendido ante los encantos de este simpático y solvente cuarteto, ofrecieron como bis nada menos que el himno de Ibiza, “Roqueta, sa meua roca”. En el trabajo discográfico contaron con una de las mejores voces de este país, la también ibicenca Ángela Cervantes. Aquí tuvimos que conformarnos con la voz de Arturo al que, sin hacerlo del todo mal, recomendamos continúe su carrera como el excelente clarinetista que es.
En definitiva, todo un éxito artístico (y una media entrada en el Apolo, que tampoco estuvo mal) en esta primera jornada del Almerijazz 2025, en la que algo que me causó verdadera extrañeza. Llevo cuarenta años asistiendo a los festivales de jazz de esta tierra y siempre encuentro parte del encanto, además de la música, en las charlas pre y post concierto, en las que coincidía con ‘las fuerzas vivas’ del jazz almeriense. Anoche, salvo los implicados en la organización, no encontré ninguna de esas caras conocidas entre el público asistente que, por cierto, mostraba una media de edad (que yo mismo ayudé a incrementar) preocupantemente alta. Como decían los de Topo, aquel legendario grupo de los setenta, «…mis amigos con los que jugué donde estarán / mis amigos con los que hice la revolución / mis amigos…en un tresillo se aplastarán».
Espero que no sea así y encontrármelos en alguno de los conciertos que nos quedan por disfrutar.