Desde que en un lejano 1989 los Jethro Tull arrebataron el Grammy a mejor disco de rock y heavy metal nada menos que a Metallica, los grandes favoritos, su sarcástico y genial líder Ian Anderson no ha dejado de bromear con la situación, afirmando que no hay nada de un metal más pesado que su eterna flauta travesera. Extrapolado al universo del jazz, algo así podría decirse del flautista y saxofonista cántabro Juan Saiz y esa propuesta de ‘heavy jazz’ con la que desembarcó la noche del pasado miércoles en la Sala Clasijazz, en el marco del Almerijazz 2023.
Las dinámicas constantes, los cambios de ritmo, las alternancias entre auténticas tempestades musicales con momentos de absoluta dulzura, son algunos de los encantos de este tipo de proyectos en los que hay que dejarse llevar por las sensaciones e, incluso, por las vibraciones físicas que produce esta música cuando te llega de frente, generada solo a unos pocos metros del oyente. Y es que a los amantes de sub estilos del jazz más calmados, esos que dicen gustar de esta música para relajarse y charlar mientras toman una copa, lo de Juan Saiz les puede impactar con la misma violencia y sorpresa que a un fan de Mecano asistiendo a un concierto de Rammstein.
Comenzaron con ‘Index librorum prohibitorum’ y el ostinato del contrabajista Eric Surmenian en una composición que se iniciaba relativamente suave sobre un ritmo amalgamado sobre el que Saiz jugueteaba con su travesera, hasta que el pianista Marco Mezquida irrumpió violentamente con el primero de sus huracanes pianísticos de la noche. Hace falta muchísima técnica y el mismo corazón para, literalmente, golpear el piano con la precisión con que el músico menorquín lo hizo, prácticamente sin despeinarse.
Se intuía el vendaval, pero se confirmaba con ‘El impostor’, momento en que Juan cambió al soprano para transfigurarse en Coltrane y regalarnos una improvisación de clara inspiración folclórica, donde confluían aires flamencos o árabes con los de otras músicas del este de Europa. Estaba claro que el jazz modal iba a ser una de las constantes del recital, proporcionando a los improvisadores una amplia libertad para mostrar su paleta de sentimientos traducidos en combinaciones de notas y escalas. La ternura al piano de Mezquida hizo aquí su aparición, demostrando que es un pianista total, capaz integrarse en este proyecto tan experimental viniendo de compartir unos días antes recital a dos pianos con el rey del latin-jazz Michel Camilo, y previo a su concierto del día siguiente a dúo con la catalana Andrea Motis.
Con ‘Pindio’, tema que da título al trabajo que Saiz presentaba, llegó ese free jazz que tanto asusta los que se acercan a esta música de forma superficial y que, muy equivocadamente, piensan que se limita a permitir que cada músico haga ‘de su capa un sayo’. Nada más lejos de la realidad. Para realizar una música tan compleja y con la expresividad de la escuchada en ese momento es necesario dominar con soltura el instrumento y conocer el resto de estilos jazzísticos, manteniendo siempre un pie en la tradición. De esta forma se desarrollaron los veintidós minutos siguientes, entre fragmentos de música escrita, donde cada ejecutante sabía a la perfección cuál era su papel, hasta espacios en los que dieron rienda suelta a la imaginación para, literalmente, volar y llevarnos junto a ellos en su ascensión. Quizá el más impactante lo protagonizó Saiz con un solo de flauta que servía como introducción a ‘Aurora’ y en el que consiguió crear armonía mediante la mezcla de sonidos guturales emitidos con su propia voz junto a las notas y los armónicos producidos por su instrumento. Tras un tétrico y solemne solo con arco del contrabajista Surmenian llegó otra emocionante y, en este caso, calmada improvisación de Mezquida a la que se sumaron de nuevo la flauta de Saiz junto a la sección rítmica, en uno de los momentos más sublimes de la noche, finalizando con una música tan pastoral y evocadora que podría provenir perfectamente de una partitura de Debussy.
Con ‘Eber’ volvió esa querencia por lo modal. La contundente y swinguera batería de Genís Bagés fue uno de los ejes fundamentales sobre el que se sostenían los unísonos o los juegos de pregunta-respuesta entre el saxo tenor de Saiz y las percusivas manos de Mezquida, todo ello gracias a un sólido ostinato mantenido por el excelente contrabajista francés. En la ruedas de improvisación, Saiz se transfiguró en una especie de trasunto de Pharoah Sanders, despeinando literalmente con la potencia de su soplido a los que andábamos por las primeras filas de la sala.
‘Bellaskos’ fue la composición elegida para finalizar, con otra impresionante introducción del piano de Mezquida a la que fue sumándose suavemente la sección rítmica para desembocar en otro mágico momento protagonizado por la flauta y volver, en su parte final, al tenor de sonido cortante sobre una base armónica y rítmica que recordaba los momentos de mayor éxtasis espiritual del último Coltrane. No se hizo esperar el bis, encarnado en otra composición del nuevo disco con el explícito nombre de ‘El grito’, concluyente y poderoso cierre de un concierto que se podría calificar como sobresaliente. Dudo que los asistentes a este recital saliesen defraudados tras el despliegue de energía, virtuosismo y, sobre todo, verdad musical ejercida por el cuarteto de Juan Saiz.
Larga vida al free y a los proyectos que generan este tipo de libertad creativa. Y enhorabuena a la organización por incluir propuestas tan arriesgadas como esta en la programación del festival, que potencian valores tan interesantes del jazz de nuestro propio país.